domingo, 9 de septiembre de 2007

Café Picasso

Sebastián apartó el cortinaje de plástico, y entró en el Café Picasso,. La oscuridad del local, en contraste con la luminosidad intensa de la calle le hizo sentir torpe y ciego.

Buscó una mesa donde sentarse, eligiendo como de costumbre una cercana al baño, no porque temiera que una necesidad urgente, le obligara a correr en esa dirección, sino más bien, por encontrarse esta, alejada de la puerta de entrada al local, aislándose totalmente del bullicio callejero.

Este lugar, se había convertido hacia tiempo en su refugio, cuando una vez hace unos dos años, había entrado por casualidad, porque necesitaba cambio para el colectivo.Venía de visitar a su amigo Carlos, con el cual solía charlar de lo divino y de lo humano cada vez que visitaba su casa de Caballito.Decidió tomarse un café, porque como es sabido, en esos lugares suelen mirar con cara de "éramos pocos y parió mi abuela" cada vez que algún incauto entraba con la inocente intención de cambiar un billete de un peso.

Eligió esa misma mesa, y observó a su alrededor, solo había un par de viejos jugando al tute en la esquina opuesta a la suya, en una mesa cercana a la puerta de entrada..Estaba oscuro, aunque todavía no pasaba de las seis y media de la tarde, pero la lluvia torrencial que caía en esos momentos en la ciudad, había traído la noche de pronto, incluso para un día de mediados de junio. Se sintió amparado del mal tiempo que reinaba allá afuera, donde a sólo unos metros de su mesa, la gente apretaba el paso dirigiéndose a sus casas.

Siempre le había gustado imaginar la vida de las personas que pasaban por la calle, mientras estaba sentado en la mesa de un café o en la cola del supermercado. Creaba toda una historia de principio a fin, por eso muchas veces la cajera se impacientaba con él, al ver que, no respondía con su billetera, al "son ochenta y tres pesos".

En una oportunidad, una mujer se había molestado con él, por su mirada insistente que en realidad no era tal, ya que estaba volando como de costumbre por su mundo imaginario, sus ojos simplemente apuntaban al objeto más cercano, el cual muchas veces era un ser de carne y hueso.

- ¿Qué desea tomar, señor?, - le preguntó Manuel, el dueño del bar.

La pregunta tenía más de ritual que de curiosidad, ya que Sebastián siempre pedía lo mismo; un café con leche con dos medialunas de grasa.

Y aunque el mozo conocía perfectamente su nombre, un cierto sentido profesional, le obligaba a tratarlo de usted y de señor, en lugar de Sebastián.

- Un café con leche con medialunas, dos, de grasa, por favor.

- Enseguida señor - respondió Manuel.

El mozo se demoró por un momento en el mostrador cobrándole al Loco Choco, un habitué del local desde que gracias a un ladrón que entró en su casa y al que le hizo frente, quedo inútil de un brazo. Hablaban como siempre del aumento de la delincuencia en el barrio, especialmente de la droga, tema que obsesionaba al Loco y que lo sacaba de sus casillas cada vez que el Tito o el mismo Manuel le mencionaban al Negro Zuca, el traficante del barrio.La conversación siempre terminaba con el Loco Choco hecho una furia y exclamando que un día de estos agarraba un arma y le pegaba dos tiros al Negro.

El Loco, agarró el vuelto y salió precipitadamente a la calle.

Manuel se acercó y dejó el café con leche y las medialunas sobre la mesa.

- ¿Y, como va eso Manuel?

La pregunta invitaba a sentarse, y como en el bar en ese momento no había ningún otro cliente, Manuel se decidió a tomarse un descanso, dio vuelta la silla de madera desocupada enfrente de Sebastián, sentándose apoyando sus brazos sobre el respaldo.

Manuel llevaba unos pantalones grises de tela de colegio privado, y una camiseta blanca de tiras un poco sobada, calzaba ojotas y se peinaba con una raya al costado que empezaba a la altura de la oreja, hacia esto seguramente con la infantil ilusión de tapar la pelada pero en lugar de lograr su objetivo la hacia más evidente.

- ¡Sólo le falta la boina! - exclamó, Sebastián ensimismado.

- ¿Qué decía Sebastián?

- Nada, Manuel, nada - dijo Sebastián turbado.

- ¿Cómo va el negocio? - agregó Sebastián

- Mal, los tiempos no son buenos.

- ¿Cuándo lo fueron? - replicó Sebastián.

- Buenos, buenos es verdad, que nunca fueron, esto no es el centro. Pero de todas formas, tanta mishiadura como ahora, no la he visto nunca. En realidad no se porqué no vendo de una vez, y me olvido de esto. - dijo meneando la cabeza con tristeza.

Sebastián se compadeció de la tristeza que vio reflejada en los ojos de Manuel. Quiso animarlo un poco preguntándole por enésima vez, cuando había empezado con el bar y porqué.

Sus ojos brillaron mientras recordaba:

- Era mediados de enero del 56, yo trabajaba por ese entonces en la fábrica de sábanas Cotex, la que cerró durante la hiper-inflación ¿vió? - Sebastián asintió con la cabeza.

- Por ese entonces, yo trabajaba muchas veces doble turno, con la ilusión de ahorrar cuanto pudiera, y poner un pequeño negocio por mi cuenta, en esos tiempos no existían préstamos, ni tarjetas de crédito, ninguna de esas sandeces que nos complican la vida ahora. Dudaba, entre un almacén o un bar. Hasta que un día, un compañero mío de la fábrica, el Fulgencio, que estaba enterado de mis intenciones, me avisó que había un local en Río de Janeiro al 1700 con un cartel que decía: SE TRASPASA.

- Así que al día siguiente, salí temprano de la fábrica, y me acerqué a preguntar las condiciones, el precio era razonable y dentro de mis posibilidades, así que acepté, nos dimos un apretón de manos que era como se sellaban los tratos por entonces. Renuncié al día siguiente a mi trabajo en Cotex y empecé a preparar todo para abrir cuanto antes.

- Trabajamos duro María y yo limpiando y arreglando el local. No se nos ocurrió un nombre mejor, así que mantuvimos el mismo que tenía antes, Café Picasso, que según me contó el dueño anterior, lo habían renombrado así, después que una vez el pintor había estado en Buenos Aires y visitó el local, ya que por aquel entonces, el Café Picasso, que se llamaba Café Romualdo, se había convertido en un garito de intelectuales, compitiendo casi con el Tortoni. Entonces el anterior dueño en una célebre tertulia con los habitúes del Café, decidieron rebautizarlo Café Picasso en honor de tan ilustre visita.

- Pero con el tiempo, las tertulias de los jueves por la tarde fueron muriendo, la gente empezó a tener miedo a salir de su casa y cada vez venía menos gente al local, tan sólo algunos vecinos del barrio, como el Tito, el Negro y el Loco Choco, continuaron viniendo. Mi único cliente nuevo que se agregó al clan desde hace mucho tiempo es usted.

- Un caso insólito que estudiara la ciencia - agregó Sebastián con una sonrisa.

- Si, la verdad, y espero que no se lo tome a mal, ¿no?, pero la verdad es que no entiendo que hace un chico joven como usted perdiendo el tiempo en un bar de viejos como este.

- ¿Sabé que? Yo tampoco, lo sé.

- Bueno, Manuel, lo dejo, me tengo que ir a trabajar.

- Hasta mas ver, exclamó Manuel.

- Sebastián agarró el diario, lo puso debajo del brazo y se encaminó hacia la parada del colectivo, se le estaba haciendo tarde, así que se apresuró mientras pensaba en qué iba a escribir en su columna diaria "Desde el bar" . Cruzó sin mirar la calle, escuchó un chirrido de frenos, de pronto se hizo de noche, como esa tarde de mediados de junio, cuando visitó por primera vez el Café Picasso. Sólo se escuchaban ruido de sirenas a su alrededor, gritos y llantos histéricos de mujeres.

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Al día siguiente el Café Picasso cerró por duelo, y al poco tiempo murió también el bar, el costo de mantenerlo abierto se le hizo imposible al dueño, así que cerró y vendió el local a unos evangelistas.

Ahora el Café Picasso es el reino de los cielos, sucursal caballito, todo aquel que quiera salvar su alma es bienvenido, eso sí, sus concurrentes no toman café con leche con medialunas de grasa.

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