sábado, 1 de diciembre de 2007

Espera - Wait

Mientras espero que la vida se mueva
como una pelota de goma,
Cierro los ojos con un impacto suave de bala
Y me hundo en tu recuerdo
deformado por el rencor, la angustia
y la esperanza.

Wait

While I'm waiting my life to move,
like a rubber ball,
I close my eyes with a smooth bullet shot
while I get sunken in your souvenirs,
distorted by resentment, anguish and hope

martes, 23 de octubre de 2007

Guerra fria

Cuando la luna está roja en el horizonte
y tú me miras en silencio, desde tu enojo contenido
mientras juntas los ladrillos y el cemento
para construir el muro de Berlín.

Pienso que ya no tengo paciencia, ni fuerzas,
ni ganas de esperar otra revolución de reunificación.

Y me atrinchero como un puercoespín
mostrándote las púas

Cold War

When the moon is red in the sky
and you look at me
from your silent anger,
building up bricks and mortar
to raise again the Berlin wall between us
I curl up becoming an entrenched porcupine
waiting for reunification times

domingo, 9 de septiembre de 2007

Entomología y transporte urbano

Vivo en el centro de Londres y trabajo en las afueras, esto me permite viajar sentada cada día.

Como el viaje es largo, me entretengo leyendo uno de tantos diarios que se distribuyen gratuitamente en las estaciones de metro cada mañana. Hay gente que se queja de la calidad de estos diarios, yo sin embargo los encuentros interesantes e instructivos.

Hoy sin ir más lejos, leí que había llegado a Inglaterra, como parte de un cargamento de maderas del sudeste asiático un insecto de rayas amarillas y negras, como una abeja, pero más flaquita.

Este bicho insignificante, es capaz de transmitir una decena de enfermedades mortales, aunque por lo visto, tenemos que agradecer al clima frío que reina en la isla, que esto no pueda suceder. Ya que el bichito en cuestión se encuentra a sus anchas en otros climas mas benignos y sobretodo más cálidos.

Desgraciadamente, tengo que interrumpir mi lectura; un bicho impertinente se posó en mi cara y tengo que apartarlo de un manotazo. El insecto cae al suelo; no es más que una pobre abeja desnutrida.

Mazorca moderna

La presentación del nuevo libro de la distinguida periodista del diario La verdad, Paula Artaolaza, Masitas a la hora del té, tendrá lugar en la sala capitular de la embajada argentina, el sábado 21 de junio a las 16 horas.

Dirección: Belgravia 19, EC1 W5D Londres

Los libros estaban apilados en una mesa de nogal del siglo XIX, de patas labradas y apliques de plata en los bordes. Adquirida hacía cinco años por la embajada, en una subasta de Christie’s, había pertenecido a Rosas; aparentemente había escrito toda su correspondencia en ella, durante su exilio en Southampton.

La sala capitular de la embajada, está situada en el primer piso del edificio, tiene grandes ventanales, protegidos de la mirada exterior por unas cortinas blancas semitransparentes, que dejan filtrar la luz. En las paredes, retratos de San Martín, Belgrano y Sarmiento observan los preparativos del té de las cinco.

Sarmiento examina los libros desde su rincón, con su eterna expresión severa.

San Martín, en cambio prefiere mirar por la ventana y Belgrano, parece hipnotizado por la araña de cristal de murano que cuelga del techo.

Es un día luminoso, la luz entra a raudales en la sala, donde el personal de servicio de la embajada dispone las sillas de terciopelo rojo para el evento. Los técnicos comprueban los micrófonos, uno para la periodista, y otro para el público, cuando se abra el turno de preguntas.

Masitas a la hora del té, es el segundo libro de Paula Artaolaza, y el primero publicado en el Reino Unido, con el patrocinio del gobierno argentino. Se trata de una recopilación de entrevistas a personajes de actualidad británicos, que la periodista había realizado durante un año y medio, mientras trabajaba como corresponsal en Londres para el diario La verdad.

Paula Artaolaza, siempre atenta a los detalles elegantes, encargó que se dispusiera en la sala adyacente, una mesa alargada, cubierta con un mantel de hilo bordado y vajilla tradicional inglesa, propiedad de la embajada en Londres. Varios platos de postre esperaban a los asistentes al evento con una selección de scones, sándwiches , masitas finas y secas.

El té, llegará más tarde, cuando la charla esté a punto de terminar. Con puntualidad inglesa, Paula había previsto, que su exposición más el turno de preguntas durase aproximadamente una hora. En ese momento, se abrirían las puertas que separaban la sala de conferencias de la sala adyacente, con la mesa dispuesta para ofrecer un té a sus invitados.

Paula comprobó su reloj, eran las cuatro menos cuarto, se miró en el gran espejo que quedaría a su espalda, cuando empezara a presentar su libro desde el atril. Todo estaba en orden; su trajecito color crudo de saco ajustado y pollera por encima de la rodilla, su melena corta, perfectamente peinada por el coiffeur Mariano, que viajó especialmente de Buenos Aires para la ocasión, y por últimos los zapatos de taco alto, en el mismo color que el traje, de Manolo Balhnik.

Paula observó fascinada este último artículo de su indumentaria; un capricho que le había regalado su novio, para celebrar la publicación en Inglaterra de su nuevo libro.

La periodista se dirigió al atril, donde la esperaban unas notas, en caso de que tuviera una laguna, y no supiese cómo seguir. Repasó los papeles, mientras un empleado cerraba la puerta que comunicaba la sala donde se serviría el té, de la de conferencias.

La gente empezaba a llegar y a sentarse, la periodista vio varias caras conocidas; el embajador de Uruguay y su esposa, el director del diario para el que trabajaba y el jugador de polo Marcelo Coghlan, sus amigos Jimena Bertini y Jorge Del Pino.

A las cuatro en punto, Paula dio la bienvenida a los asistentes al evento, y les agradeció su presencia. Explicó cómo le había surgido la idea de un libro de entrevistas a personajes relevantes del Reino Unido actual, una mañana que se dirigía a su oficina en la corresponsalía del diario La Verdad. Como estaba previsto en sus notas, pasó más adelante a hablar de las anécdotas más divertidas recopiladas en el libro.

Toda la charla duró, tal y como tenía previsto, media hora, momento en que dio paso a las preguntas del público. Como esperaba, se hizo un silencio de unos segundos, porque nadie se atrevía a romper el fuego con la primera pregunta, hasta que el propio embajador, le preguntó por qué había elegido ese título para su libro. Ella le respondió que la razón la descubriría más adelante, cuando lo leyese.

Siguieron más preguntas relacionadas con los personajes entrevistados, hasta que a las cinco menos cinco avisó al público que ésa sería la última pregunta, porque ella les había preparado una sorpresa, y no se podían demorar. Un hombre de pelo negro rizado y mirada huidiza, preguntó si iba a firmar los libros, Paula Artaolaza, contestó que por supuesto, que lo haría, pero que le sugeriría que lo hojease tranquilamente, mientras disfrutaba de una rica taza de té con scones.

Su sonrisa, fue arropada con comentarios de aprobación del público y aplausos comedidos, mientras dos empleados abrían la puerta que hasta ese momento escondía la sorpresa de la velada. La mayor parte de la gente, se dirigió a la mesa servida, sin reparar en los libros que quedaban dispuestos, en la mesita junto a la pared, en diagonal, al atril donde Paula había dado su conferencia.

Paula, reparó que la única persona que se dirigió directamente a la pila de libros, fue el señor morocho de cara sudorosa que le hizo la última pregunta.

La periodista, lo miró con reprobación, ahora no le quedaba más remedio que sentarse en la silla dispuesta para que ella firmara las dedicatorias a sus compradores.

A su izquierda un empleado de la administración de la embajada se encargaba de cobrar los libros.

-¿A qué nombre quiere la dedicatoria, señor?

- A nombre de *******

- Paula, sintió un fuerte dolor en los oídos al escuchar el sonido inhumanamente agudo que salió de su garganta.

Sorprendentemente, nadie se inmutó, como si no hubieran oído nada, seguían hablando mientras bebían té y comían masitas. Paula, no se atrevía a preguntarle su nombre nuevamente, pero algo tenía que escribir en la dedicatoria. Recobró la compostura y escribió: al señor que no le gusta el té, probablemente le guste el mate, cerró el libro y se lo entregó.

Por lo visto, el ver a una persona comprando el libro, tuvo un efecto dominó, que hizo que el público redescubriera cuál era la razón de su visita al barrio de Belgravia.

Este hecho logró tranquilizarla, como si la larga cola que ahora se había formado delante de la mesa de Rosas, la protegiera, de ese individuo perturbador.

Paula Artaolaza, se concentró en las dedicatorias y en recibir con una sonrisa agradecida los cumplidos provenientes de su público. Cuando estaba casi llegando al final de la cola, levantó instintivamente la cabeza, y miró en diagonal hacia la esquina a la izquierda de la ventana. Junto a la mesa del té, el hombre morocho hojeaba el libro, mientras sonreía. Este hecho pareció perturbarla gravemente.

De forma distraída, firmó los últimos libros, sin notar, que un murmullo creciente se apoderaba de la sala, hasta que la fuerza de la mirada de varias decenas de pares de ojos, la obligaron a levantar la vista, y prestar atención a los comentarios. Los asistentes al evento, la observaban con franca hostilidad; la mismísima esposa del embajador uruguayo le gritó, que a ver que broma era esa, acercando el libro muy cerca de la cara de la escritora.

Paula lo tomó en sus manos para ver cuál era el motivo de tanta crispación. Abrió los ojos, atónita al comprobar que el libro, su libro, estaba escrito en un extraño idioma que no podía reconocer. Se levantó de la mesa, balbuceando, que alguien le había jugado una mala pasada, y había cambiado los libros.

Una mujer de pelo oxigenado y piel curtida por el sol de Punta del Este, le gritó que era una estafadora, y que tenían que devolverle el dinero inmediatamente. Paula pidió tranquilidad, mientras se acercaba nuevamente a la mesa para comprobar los libros que quedaban sin vender, todos estaban llenos de los extraños caracteres. Angustiada, se dio la vuelta, para enfrentar a su público, cuando de pronto sintió un impacto en su pómulo izquierdo, a partir de ese momento le cayeron masitas rellenas de crema, de dulce de leche, sándwiches de queso y de pepino.

La furia se apoderó de los asistentes y no cesó hasta que se acabaron los proyectiles y los atacantes se fueron satisfechos de haberse defendido a tiempo. Lapidada por las masitas, Paula buscó una silla donde sentarse y comprobar el estado en que había quedado. Sentía un dolor fuerte en el pómulo izquierdo, donde había caído el primer impacto. También comprobó con rabia, que su traje estaba arruinado por las manchas de los diferentes proyectiles. Al mirar al suelo, comprobó con terror que sus zapatos estaban mojados y manchados de té.

Ante semejante tragedia, sólo le quedaba el desahogo de llorar largamente sobre el hombro de su novio, el embajador argentino en Londres.

(*) Mazorca: se conoce con este nombre a la matanza de enemigos políticos (unitarios) por parte del gobierno de Rosas (federales); se trata de una deformación de la pronunciación española de más horca.

Los federales, defendían una organización autonómica del estado, dando poder a las provincias; fue un movimiento de corte populista nacionalista. Rosas, aún hoy, es una figura controvertida en la Argentina, para unos fue un dictador sanguinario, para otros un nacionalista; algunas personas hacen un paralelismo entre su figura y la de Perón, que también es una figura controvertida.

Por otra parte, los unitarios defendían una concepción del estado centralista y se autodefinían como defensores del progreso y la civilización, podríamos definirlo como un movimiento político liberal conservador. Una de las figuras más relevantes de este movimiento fue el general Lavalle.

Sin embargo, y aunque resulte confuso, federalistas y unitarios los hubo tanto en las provincias interiores como en Buenos Aires, provincia que tenía en su poder la aduana nacional y que manejaba las relaciones exteriores del país, con el consiguiente mayor poderío sobre las demás.

Topaz

El martes a la noche, estaba a punto de dormirme cuando recibí un mensaje desconcertante de Genoveva:

I am in session with the english police, estoy en el calabozo como quien dice, no me dejan ver a mi doctor y encima me han hecho un análisis de sangre raro, cuando me acaban de hacer uno y estaba limpio; no me gusta nada esto. Estoy en Topaz Ward, detrás del Withington hospital, Darmouth hill, N19 5NX

No entendí realmente que le había pasado, ni porque estaba aparentemente en la comisaría, pero yo estaba muy cansada y Genoveva me caía bien, pero no era realmente mi amiga, tan solo una conocida. Así que apagué la luz sin responder a su mensaje o llamarla. Si realmente estaba en la comisaría, algo habría hecho, además no podía ser para tanto; Inglaterra es un país democrático, nada iba a pasarle en una cárcel inglesa. Ya tendría tiempo de llamarla al día siguiente para saber que había sucedido.

El miércoles a la tarde, al salir de trabajar, la llamé. Estaba muy alterada, pero pude entender que no estaba en una comisaría, sino en un centro psiquiátrico. Quise averiguar que la había llevado allí, pero Genoveva era incapaz de centrarse en responderme lo que le preguntaba y se iba por las ramas. Lo único que pude sacar de ella, es que había tenido una discusión con un vecino, pero por algo así, nadie acaba encerrado en un psiquiátrico.

Deduje que en realidad esa discusión, fue simplemente el detonador que hizo explotar un cúmulo de problemas que venía arrastrando hacia tiempo: una compañera de trabajo que le hacia la vida imposible para que se fuera del colegio donde daba clases; una madre mayor de la que se hacia cargo prácticamente en solitario y por último una orientación sexual poco clara; Genoveva decía a todas horas y aunque no viniera a cuento que ella era bisexual, sin embargo, mi sensación era que más bien era lesbiana pero que no podía asumirlo. Iba a terapia de grupo desde hacía tiempo, pero al parecer el tratamiento había fracasado.

Me pidió que fuera a verla, yo le expliqué que iría, pero que no estaba segura de poder llegar antes de las ocho cuando cerraba el horario de visitas del hospital.

Ella volvió a insistir que por favor fuera, que no se fiaba un pelo de esa gente y que temía que le pasase algo. Le aseguré que haría lo posible por llegar a tiempo.

Cuando llegué eran las 8.05, de todas formas le expliqué al hombre que estaba en la recepción que una amiga mía había sido ingresada en ese centro, probablemente el martes. Él me pidió que escribiera su nombre en un papel, lo buscó en una lista que tenía delante de él y me explicó lo que yo ya sabía; que a esa hora no iba a poder verla.

Le dije que al menos quería averiguar que le había pasado y preguntar los datos de contacto de su familia en España, para que vinieran a buscarla. El hombre de la recepción se apiadó de mí y me dejó pasar para que preguntara en la guardia Topaz que había pasado. Me informó que estaba en el primer piso.

Una vez que traspasé la puerta de entrada a las diferentes salas, me encontré con un laberinto confuso de múltiples pasillos, que a la vez se bifurcaban y terminaban en más guardias. Di un par de vueltas volviendo una vez más al punto de partida, donde un cartel indicaba los nombres de las distintas salas a derecha e izquierda, pero ninguno de los nombres de la lista, era el que yo estaba buscando. Pensé que tal vez el recepcionista se había equivocado al escribirlo, porque en la lista había un nombre muy parecido; Tordaz.

Iba a volver sobre mis pasos para confirmar si ese era efectivamente el nombre de la sala, cuando vi pasar a un hombre a mi derecha.

-¿Perdone, me podría decir donde está la sala Topaz?

- Si, seguro, yo fui paciente ahí.

Me acompañó hasta el ascensor y buscó en la lista Topaz, estaba en el primer piso. Me deseó suerte y se fue.

El primer piso era una reproducción de la planta baja, un pasillo a izquierda y otro a derecha, que a la vez se bifurcaban en otros, como las ramas de un árbol algo siniestro, desembocando en varias puertas cerradas, que eran las entradas a las diferentes salas. Pronto me di cuenta que cada sala estaba clasificada según la gravedad o tipo de enfermedad mental de los pacientes. No podía encontrar la que yo buscaba. Cansada de dar vueltas por los mismos lugares, me detuve en una de ellas y llamé al telefonillo.

-¿Perdone, estoy buscando la sala Topaz, pero no la encuentro, me podría indicar como llegar?

La enfermera pulsó un botón y me abrió la puerta, recorrí la distancia de unos cinco metros que había entre la puerta de entrada y la recepción interna de la sala Warex. Ella le hizo señas a un chico que se iba en ese momento para que me acompañara hasta Topaz.

- ¿Es la primera vez que vienes?

- Si, ¡y espero que sea la última!

- Bueno, nunca se sabe, podría ser efectivamente la última vez.

Me dejó en la puerta de Topaz y se despidió. Toqué el timbre y esperé a que me atendieran.

- Hola, soy una amiga de una paciente que esta ingresada en esta sala, Genoveva Pérez, querría saber porque la ingresaron.

- Eso no se lo puedo decir, porque no sé quien es usted.

-Por lo menos dígame los datos de contacto de su familia, para decirles que Genoveva esta aquí.

- Lo siento no se lo puedo decir, pero le puedo dar un número de teléfono para que hable con ella.

- No gracias, no me hace falta, ya tengo su teléfono móvil.

Genoveva me había contado que el teléfono del hospital se cortaba cuando estaba hablando con alguien, o se escuchaban unos ruidos raros en la línea, que era mejor que la llamara al móvil.

- De todas formas su hermano llega mañana de España.

- ¿Podría darle mi número de teléfono al hermano cuando llegue?

Se acercó lentamente a la puerta, la abrió y anotó en una libreta mi teléfono.

- Por favor dígale que soy una amiga de Genoveva, y que me llame si necesite ayuda con algo.

No podía hacer nada más, al menos de momento. Me dirigí al ascensor y bajé. Seguí el pasillo a mi derecha, pero no encontré la salida. Me dirigí a la izquierda y solamente encontré más puertas cerradas que daban a diferentes guardias.

Irritada llamé al telefonillo de la guardia Xoon. Mientras esperaba que me atendieran, pude leer que allí estaban ingresados los enfermos con trastornos psicóticos graves.

- ¿Me podría indicar la salida? No la encuentro.

La enfermera se acercó a la puerta.

- La salida está en la planta baja, un piso más arriba, situada tal cual estás ahora.

Nunca había tenido un gran sentido de la orientación, así que probablemente al apretar el botón del ascensor, no me di cuenta que ese era el sótano y no la planta baja.

Subí un piso y esta vez al salir del ascensor, si que pude ver las flechas que indicaban la salida. Llegué por fin a la puerta e intenté abrirla, estaba cerrada. Era tarde, la hora de visitas había terminado hacía rato, yo me había demorado mucho, primero en encontrar Topaz y después en llegar a la salida; seguramente ya no quedaba nadie más en el centro, salvo los pacientes y los enfermeros. Me sentí mareada, miré para bajo y apoyé una mano en la pared que estaba a mi izquierda. Cuando me sentí recuperada, levanté la vista y dejé caer mi brazo izquierdo; al hacerlo mi mano rozó una parte saliente en el muro; era el botón que permitía abrir la puerta de salida. Respiré todo el oxígeno que quedaba en el pasillo y salí.

En la calle el mundo continuaba, lloviznaba, los autobuses y los coches circulaban despacio. Tenía un paraguas en el bolso, pero preferí mojarme.

Me subí en el 271 y volví a mi casa, era tarde y al día siguiente me tenía que levantar temprano para ir a trabajar.

La rutina diaria me absorbió por varias semanas, hasta que caí en la cuenta que no había tenido ninguna noticia de Genoveva; decidí llamarla para comprobar si estaba en Londres. Me respondió su voz grabada en el contestador:

- ¡Buenos días, buenas tardes, buenas noches a todo el mundo!. Este año va a ser maravilloso, cuando me toque la lotería de salir de aquí. No os preocupéis por mí, que yo no he hecho más que preocuparme por vosotros. ¡Un beso!

Le dejé un mensaje pidiéndole que me contactara cuando pudiera; también le mandé un e-mail en caso de que estuviese en España.

Nunca más supe de ella.

Muerte

El barro de la espera,
en la parada del colectivo sesenta.
Las telarañas en las esquinas
de tus recuerdos.

La sombra del ombú y la de tu ausencia
entablan un diálogo sordo
de chacareras muertas.

La pregunta insistente
y la respuesta previsible;
tenia ochenta y cinco años,
dos más que mi viejo.

Darse manija, para sufrir
al pedo y por anticipado,
en el día de tu cumpleaños.

Cancioncita de la historia contemporánea argentina

En los noventa la pizza con champán

nos produjo una indigestión de varios millones de pobres

En los setenta, el río Ganges de Buenos Aires

no transportaba cadáveres, sino tan solo entelequias

como bien nos informó Massera.

En 1983 destapamos la olla

que arrojaba un olor fétido

que nadie quería oler,

intentamos cerrarla otra vez

En el 2001 las tapas de las ollas

se unieron en un concierto metálico

mientras los billetes volaban lejos, muy lejos

En José C. Paz ecos del pasado

intentan imponer su particular sentido

del orden y la limpieza

Hoy, volvemos a subir en el ascensor de los precios,

espero que no acelere mucho,

no sea que nos entre vértigo

y empecemos a vomitar otra crisis histórica.

Al ritmo de la libra esterlina

Grupo administrativo violento

te dedico una canción y te cobro dos rones

bacteria infecta de chocolates posh

me pondría mis orejereras de leopardo para no escucharte

pero hace demasiado calor

De mariposas y otros insectos

Quisiera escribir un cuento triste como un naufragio

y quedarme dormida en tu regazo

Llenarme la panza de flores e insectos

y vomitar malos pensamientos

Vestirme de carcajadas

y descalzarme de preocupaciones

dejar la mochila al borde del acantilado

y respirar alto y profundo mis sueños

abrir los pulmones al futuro

sin pensar en el próximo salto

nadar desnuda hasta la orilla

y dejar que el sol evapore mis heridas

mirar por un momento el horizonte

y retener en mis pupilas

el mundo infinito de posibilidades incumplidas

descansar en la arena pedregosa de tu compañía

dejar de llorar en sueños

y despertarme para escribir estos versos

quemando en una hoguera mis últimas angustias

Buenos Aires post mortem

Quiero estar muerta y enterrada

con mis huesitos desperdigados

en la tierra húmeda de la pampa

que me trituren las vacas de carne de exportación

rumiando mil veces

mi alma quebrada

quiero pero no puedo

convertirme en un polvo fino de arena blanca

que se escape irremediablemente entre tus dedos

incapaces de parar el tiempo

Encuentro

Versos estupendos

Palabras rotas

Un ángel caído

Te espera versitando en el Timber-Box

Words & images

Make a good match

Even though you already have your own words.

Agua

Peces muertos de risa

en aguas radiactivas

Vestidos de rallas ondulantes

Nadando contracorriente

En la orilla,

Se ponen los trapitos al sol

Ordenados en familia de colores y tamaños

Ríos de aguas turbulentas

Depositan tu fango en el fondo de mi corazón

Entorpecen mis oídos

El batir de las olas contra las piedras

El río desemboca en el mar

Y el salmón reversa su destino

Nadando contra todo riesgo y sentido

Mi corazón se espesa

Y mi sangre se diluye en tu recuerdo

Provisiones para el camino largo

Papas fritas solitarias,

dejadas a la marchanta

en un plato de cartón

al borde de una mesa de camping

en Fray Bentos.

Galletitas Lincoln mojadas

en el té con limón,

que dejaste demasiado tiempo

en remojo y terminan

en el fondo de la taza,

formando un poso

que no sirve para leer tu destino.

Alfajores de dulce de leche,

comprados en el quiosco

junto a la plaza desierta

camino de la escuela.

Están envueltos en papel plateado,

cubiertos de una capa blanca de azúcar

que los hace polvorosos,

en contraste con el dulce de leche pegajoso.

Me gusta hablar y reírme cuando los como

y que las partículas blancas

se expandan hasta el infinito lleno de estrellas,

desde donde me observas con una sonrisa indulgente

de duraznos en almíbar.

Los chinchulines nunca los probé

porque me dijeron que no me gustaban

y yo me lo creí.

Por lo visto vienen con caca de vaca incorporada,

al menos eso dice la leyenda urbana.

En Fray Bentos, el gris de tus ojos,

se derrama en llanto.

Te refugias en la casa rodante

de tus pensamientos.

Mientras tanto, las papas fritas

emprenden un viaje circular

por el diámetro del plato.

Las carpas y los árboles,

inician un concierto en do menor

de gotas contra el pasto

Geometría

Curvas rectilíneas

Cuadros redondos

Mujeres trapezoidales

Bellezas picassianas

Rombos robotizados

Átomos de suspiros

Partículas triangulares de espacio y tiempo

líneas bordeando el numero 3,1416

Ángulos agudos

Hombres obtusos

punzando la noche de estrellitas negras

Los poetas del rectángulo

no saben de débitos automáticos

Paralelepípedos y ánades

se cruzan con fuerzas paramilitares guatemaltecas

y en el enfrentamiento pierden un ángulo recto

El detective Lonröt, tienta a la muerte

rompiendo su brújula en el laberinto siniestro

de tus sueños elípticos

Los cronopios y las famas

tienen un corazón octogonal

que se choca contra las paredes de casa tomada

La escuadra se me rompió

mientras jugábamos a la batalla naval

sus astillas de diamante

hundieron tu último barco

y perdiste la partida;

¿o en realidad la perdí yo?

Una noche en la opera

Parturientas rencorosas

En la noche pegajosa de Covent Garden

Las figuras incipientes del bel canto

Hacen pinitos de robles quemados

Las absurdas visitas a la opera

Están coronadas de pasteles voladores que cruzan el viento.

Gato al paso

-Señor gato me da un choripán?

-Son veinte pesos

-¡Veinte pesos!

-¡Pero si costaba un peso ayer!

-Oferta y demanda amigo argentino, la crisis económica ¿vió?

-Tenemos un problema de producción de choripanes

-¡Pero yo tengo hambre!

-Entonces pague lo que cuesta y no arme bardo que tengo gente esperando

-No tengo tanta plata

-Entonces no moleste más, váyase

El pájaro desplumado se fue de la cola y a su paso un fox terrier de la city que esperaba su turno, nervioso le ladró:

-¡Cartonero de mierda, andá a juntar cartones, andá!

Poesía de tren

Pásate de la raya amor mío

Y dame un sacudón que me deje el alma temblando de frío

Cruza la raya amarilla del andén de Fincheley Road

Y súbete al tren de mi destino

El viaje en tren es lento

La vista de casuchas apelotonadas me recuerda que me acerco cuanto más me alejo

Desesperacion

Salimos para Alicante el ocho de mayo; íbamos a pasar todo el verano en la playa hasta finales de octubre. Teresa no venía con nosotros, prefería quedarse sola en San Sebastián.

Después de doce largas horas de viaje llegamos a nuestro destino. Tanto María como yo estábamos agotados. Por algo dicen que los años no vienen solos.

En cuanto llegamos sacamos la tartera y cenamos. Después mientras yo me duchaba, María se encargaba de abrir las valijas y guardar la ropa en el armario.

Llamé a Teresa a casa para avisarle que habíamos llegado bien, me atendió el contestador y deje un mensaje. Seguramente estaría conectada a Internet a esa hora.

Nos acostamos temprano, al otro día estaba como nuevo, el aire del Mediterráneo me rejuvenecía, salí a caminar temprano por el paseo marítimo; por el camino me encontré con otros jubilados con los que solía coincidir todos los años.

Después de una hora de caminata volví a nuestro piso y desayuné con María: después del desayuno nos fuimos los dos a la playa. Nos gustaba ir temprano, antes de que el sol calentase demasiado y la playa se convirtiese en un hervidero de personas peleándose por un pedacito de arena donde clavar la sombrilla. Seguimos nuestra rutina habitual de todos los años: una hora en el agua y a casa.

Mientras María preparaba la comida, yo leía el periódico. A la tarde después de la siesta, jugábamos a las cartas en la terraza hasta la hora de la cena.

El domingo volví a llamar a Teresa, otra vez me atendió el contestador; volví a dejarle un mensaje, pidiéndole que nos llamara al móvil. Seguramente habría salido con sus amigas.

Los días pasaban placidamente, todos iguales, todos azules y calurosos; un día leyendo el periódico caí en la cuenta que ya hacia tres semanas que estábamos en Alicante y Teresa todavía no había llamado. Pensé que tal vez no había revisado el contestador, pero de todas formas era muy extraño que no hubiera llamado para saber cómo estábamos; no quise inquietar a mi mujer, por eso no le mencioné nada y llamé desde el baño para que no se enterase. Otra vez me atendió el contestador automático: esta vez dejé un mensaje pidiéndole que por favor llamara, que estaba preocupado.

Dejé pasar una semana, era el plazo que me había dado para volver a llamar. De pronto se me ocurrió que tal vez el teléfono no funcionara bien y por eso Teresa no lograba comunicarse con nosotros. Llamé a la operadora del móvil para averiguar si había algún problema con el teléfono, me confirmaron que nuestra línea funcionaba perfectamente bien y que no tenia de que preocuparme.

Mi siguiente pensamiento fue que tal vez era el teléfono de San Sebastián el que no funcionase bien; esta vez llamé a la Telefónica, pero me contestaron que tendría que estar allí, en San Sebastián, para poder comprobarlo.

Mientras tanto seguí con mi rutina diaria, aunque ya no dormía bien, pensando en todas las posibles respuestas al extraño comportamiento de Teresa.

Teresa siempre fue mi ojito derecho, había sido una niña muy dulce y estudiosa, todo había ido bien, hasta que empezó a estudiar en la facultad de comunicaciones y conoció a ese chico. Pero bueno, por suerte reaccionamos a tiempo y nos volvimos a España donde nos instalamos con la familia de mi mujer en San Sebastián. Fue una buena decisión, tanto por la situación política como económica, que con los años fue de mal en peor en Argentina.

María era la que estaba más contenta: siempre había echado de menos su país y se sentía muy a gusto viviendo cerca de sus hermanos.

El tiempo pasaba, y no había noticias de Teresa; llamaba todas las semanas y siempre me atendía el contestador. No quería compartir mi inquietud con María, aunque cada vez me extrañaba más su tranquilidad, ¿es que no le parecía raro que no llamase Teresa?.

De todas formas no me atrevía a preguntarle nada. Tal vez Teresa se había ido de vacaciones con sus amigas unos días y por eso no contestaba.

Lentamente pasaron los meses y se acercó Octubre; hacía tiempo que contaba ansiosamente los días que faltaban para nuestro regreso a San Sebastián.

Finalmente como todo, el día de nuestra partida llegó, el viaje se me hizo eterno.

Cuando llegamos a la parada del autobús, miré por todos lados, tal vez Teresa, quería darnos una sorpresa y estaba esperándonos. Pero no, ella no estaba.

Caminamos hasta casa con las valijas. Abrí la puerta de nuestro departamento, todo estaba en silencio. Recorrí el piso con ansiedad, todas las habitaciones estaban vacías; desesperado entré en la habitación de Teresa, abrí el armario, estaba vacío. María se acercó y me preguntó si me pasaba algo porque esta muy pálido y sudaba. Trate de disimular, y le dije que solo era el cansancio del viaje.

Cenamos en silencio en la cocina, me duché y nos fuimos a acostar. Al día siguiente al despertarme vi con horror que la foto de Teresa que tenia sobre la mesilla de luz había desaparecido, en su lugar solo quedaba el marco de plata vacío.

María a mi lado seguía durmiendo; me levanté sin hacer ruido y fui a la sala, busqué el álbum de fotos familiar, comprobé aterrorizado lo que ya me temía, todas las fotos donde salía Teresa habían desaparecido dejando un hueco pegajoso. Algunas habían sido cortadas haciendo más notoria su ausencia.

Alguien había querido borrarla de nuestra vida, pero ¿Por qué?. Traté de calmarme y pensar. Tomé la agenda, tenía que llamar a Laura, la mejor amiga de Teresa, ella tenia que saber algo, abrí la agenda por la L y me quede estupefacto, el nombre y el teléfono de Laura no estaba; en su lugar había un hueco de tinta blanca, no se veía nada al trasluz, desesperado hojee toda la agenda buscando los teléfonos de las otras amigas de Teresa, todos habían sido borrados. No conocía sus direcciones, así que no tenía forma de localizarlas.

Esto ya había llegado demasiado lejos, fui a la habitación de Teresa, necesitaba su número de carnet de identidad para hacer la denuncia a la policía. Todos los cajones estaban vacíos, no estaba su documento ni ningún maldito papel que acreditara su identidad.

Sin ese dato y sin ninguna foto, no podría realizar la denuncia en la guardia civil.

Estaba ensimismado pensando en una posible salida, cuando María se asomó a la puerta y me dijo que el desayuno estaba listo.

Decidí que lo mejor era no decirle nada a María, ella parecía tan tranquila, por lo que seria mejor seguir la misma actitud que en Alicante.

Me pasé toda la tarde pensando mientras veíamos en la tele “Tu historia nos interesa”, y ahí de golpe se me ocurrió lo que podía hacer; podía llamar al programa y contar mi problema, si salía en la televisión, tal vez Teresa o alguna de sus amigas me viera y se pondría en contacto con el programa. Al fin y al cabo hoy todo lo arreglaba la televisión, no había mas que ver “Tu historia nos interesa”. La policía no servía para nada, para que iba a hacer la denuncia. Si definitivamente la televisión era la solución. Anoté el número al que había que llamar. Era un contestador, dejé mi mensaje y número de teléfono mientras María estaba en la cocina preparando la cena.

Esperé ansioso la llamada del programa; después de quince días recibí la llamada de la regidora de “Tu historia nos interesa”, se llamaba Rosa Reixach, me dijo que la historia sonaba interesante pero que sería conveniente bajarle un poco los decibeles, está bien que cada vez la gente sale con historias más estrambóticas con tal de asegurarse su minuto de gloria, pero la suya señor, ya se pasa de la raya, me dijo.

Yo le pregunté a que se refería con una indignación que apenas podía disimular; Rosa me dijo que todo eso de que no quedara ni una foto, ni un documento, en fin, que o bien no era creíble la existencia de Teresa, o bien no pertenecía al tipo de historias que se presentaban en “Tu historia nos interesa”, vaya que tal y como la plantea su historia no nos interesa, dijo soltando una carcajada.

Definitivamente la tal Rosa Reixach era una sinvergüenza, le anuncié a los gritos que escribiría a los periódicos denunciando su maltrato y falta de educación.

Recobrando el dominio de sí misma, me pidió que la disculpara, y me aconsejo, que escribiera al programa del doctor Jiménez del Oso, tal vez mi historia encajaría mejor en un programa sobre fenómenos paranormales.

Rojo de indignación colgué el teléfono de un golpe.

María, alertada por mis gritos apareció por el pasillo y me preguntó con quien había hablado, y porque estaba tan furioso. Le mentí y le dije que algún gracioso había llamado por teléfono y había comenzado a insultarme.

Traté de recobrar la compostura para seguir manteniendo a María alejada del problema, al menos, mientras pudiera.

Al día siguiente salí a caminar, tal vez dar una vuelta por el paseo marítimo me refrescara la mente y se me ocurriese una posible solución.

Por el paseo me encontré sentado en el suelo a Gervasio, el loco oficial de la ciudad; le tiré unas monedas y seguí caminando.

Me apenó su situación, pensé que tal vez tenía una familia en algún otro lado, y estaba aquí mendigando. Recordé un reportaje que había visto hacía un tiempo en la televisión sobre el aumento de los vagabundos en Estados Unidos tras el cierre de la mayor parte de los psiquiátricos en la era Reagan; la mayoría de ellos al no tener ningún contacto con sus familias, acababan en la calle mendigando como Gervasio.

De pronto como un rayo me di cuenta qué le había podido pasar a Teresa. Tal vez había sufrido algún trastorno mental y estaba perdida. Mi corazón empezó a latir a todo galope, me senté para recuperarme poco a poco, casi no podía respirar, pero después de unos minutos conseguí ir reduciendo el galope a un trote ligero y después de unos veinte minutos ya estaba en condiciones de levantarme y volver a casa.

Durante la cena, comí como siempre en silencio, pensando cuales debían ser mis siguientes pasos; decidí que lo mejor sería ir a la biblioteca municipal y pedir toda la información referente a enfermedades mentales.

Al día siguiente me levanté temprano; como siempre, desayuné en la cocina con María y le avisé que iba a ir a la biblioteca municipal a leer sobre unos temas de psicología que me interesaban.

Me miró sorprendida y me preguntó a qué venía ese repentino interés por la psicología, que yo recuerde siempre dijiste que los psicólogos te parecían una manga de chantas; ya ves manías de viejo le contesté.

Estuve en la biblioteca todo la mañana, paré para comer y volví a la tarde; nunca pensé que hubiesen tantos libros sobre enfermedades mentales, y sobre todo, tan complicados de entender. Así pasaron varias semanas, y las semanas se convirtieron en meses, sin yo darme cuenta del paso del tiempo; tan concentrado estaba en mi búsqueda. Lamentablemente, cuanto más avanzaba, más me daba cuenta de la longitud de mi ignorancia, de todo lo que todavía me faltaba saber. En la biblioteca ya me conocían por el nombre, en esos meses, me había convertido en su lector más asiduo. Un día una de las bibliotecarias me preguntó por mi interés en la psicología; por un momento pensé en decirle la verdad, pero entonces recordé el episodio con Rosa Reixach, la regidora de “Su historia nos interesa”, y preferí darle una respuesta menos comprometida, le dije que siempre quise estudiar psicología y que nunca pude hacerlo por tener que trabajar desde muy joven; la bibliotecaria me sonrió con una mirada comprensiva y siguió ordenando los libros en las estanterías.

A razón de cuatro horas por la mañana y cuatro horas por la tarde de lunes a viernes durante tres años, conseguí acabar con todas las publicaciones de la biblioteca sobre enfermedades mentales. Me convertí en un experto en el tema, pero eso no me dio la clave sobre el paradero de mi hija. Súbitamente, me di cuenta que esos tres años no habían servido para nada, es más, seguramente, me habían alejado de mi propósito inicial de una forma definitiva, sentí de repente que un mar incontenible de lágrimas salía a borbotones de mis dos ojos hundidos por el cansancio de tantas horas de estudio.

Lloré durante horas hasta que me sequé por dentro; me dolían los hombros con las convulsiones del llanto.

Cuando llegué a casa tarde, mucho más tarde de la hora a la que cerraba la biblioteca, María estaba esperándome en el portal con cara preocupada, al verme me abrazó y me preguntó porque llegaba tan tarde. Yo no podía ni hablar, subimos en el ascensor en silencio; cuando llegamos a casa, me senté en el sofá y le conté todo desde el principio, también le dije que no entendía su actitud tan fría; como madre debería haber reaccionado hacía mucho tiempo ante la desaparición de Teresa.

María me miró fijamente, y me dijo que no entendía porque quería ahora desenterrar el pasado, que bastante difícil había sido todo y que lo mejor era olvidar.

También me dijo que al principio cuando me había visto tan entusiasmado con mis estudios en la biblioteca, se había alegrado, porque pensaba que finalmente había superado el trauma de la desaparición de Teresa.

Yo no podía creer lo que estaba escuchando, y le dije claramente que no entendía como podía resignarse sin más, sin luchar, aquello no me parecía normal.

María me miró con una expresión de confusión, como si no entendiera a que me refería.

Si teníamos que ser sinceros, más valdría que le dijese de una vez todo lo que pensaba, y se lo dije, le dije claramente que no me parecía normal que después de dejar a Teresa en San Sebastián antes de nuestro viaje a Alicante, encontrase normal que hubiera desaparecido sin dejar rastro.

Ella me miró paralizada, como si yo estuviera loco. Entonces con una voz deshilachada me dijo que estaba confundido, que Teresa había desaparecido, era verdad, pero eso había pasado mucho tiempo antes, en Buenos Aires, y que por eso habíamos decidido volver a España después de tantos años de ausencia.

La miré aturdido; no entendía nada; sentí el cansancio acumulado de años, la angustia encapsulada en el estómago, que había guardado todo ese tiempo sólo para mí. Tan solo quería cerrar los ojos y descansar, me tumbé en el sofá, apoyando la cabeza en el regazo de mi esposa; María me acariciaba suavemente el pelo, al final me quedé dormido.

A la mañana siguiente, más despejado pude ver las cosas con mayor claridad; María, nunca había reaccionado porque había perdido la cabeza hacía tiempo; gracias a mis estudios durante estos tres años, incluso podía hacer un diagnóstico exacto de su caso. Lo mejor sería no contradecirla, pero también me daba cuenta ahora, que durante todos estos años que había estado yendo diariamente a la biblioteca, tal vez, un día en su ausencia, Teresa había aparecido por casa y María no la había reconocido.

Me di cuenta de la magnitud de mi error durante esos tres años, de todas formas, ya nada podía modificar lo que había hecho hasta ahora, pero sí podía cambiar las cosas a partir de este momento; decidí no volver a dejar la casa sola por si un día Teresa aparecía.

Cada vez que mi mujer me sugería que la acompañase a hacer las compras, o que saliésemos a dar un paseo, yo me negaba rotundamente, ella me observaba con tristeza pero no insistía.

Yo suspiraba aliviado cuando la puerta se cerraba y yo continuaba sentado en la mesa de la cocina con la puerta abierta; si llamaba Teresa, quería estar seguro de oírla.

Argentina

Te partiría el alma con la espada desafilada de San Martín

Y restañaría mis heridas chapoteando los pies en el Riachuelo

Pero el tiempo pasa lentamente para los políticos corruptos

Y los 325 días de Maria Julia no pasaron todavía.

Estiraría el cuello para respirar el aire puro de los Andes

Procuraría no pasar la división de aguas con mi nariz,

No sea que un nuevo conflicto fronterizo explote.

Pondría mi cabeza a enfriar en el glaciar herido

Y mi corazón descansando en la fertilidad de tu pampa

Hasta que un crisantemo estalle en cinco esquinas.

El mate

Inaman se despertó un día mas en el caos. No se trataba de una pesadilla, pudo comprobar que la megalópolis de Histeria era una realidad que lo rodeaba hasta casi ahogarlo, solo cuando dormía conseguía huir de Histeria y se situaba en una extraña ciudad llamada Buenos Aires.

Cada noche soñaba con esa ciudad y con Lucia que vivía en ella.

Se incorporó en la cama y vio la gente pasar velozmente por su ventana, en Histeria habían conseguido hacia tiempo convertir la energía mental en combustible, que les permitía a los histerianos moverse a gran velocidad sin ningún tipo de vehículo.

Pero él había conseguido dar un paso mas allá, había conseguido transformar la energía de sus sueños en viajes hacia extraños lugares.

Las sensaciones eran tan vividas que estaba completamente seguro que no se trataban de sueños profundos sino que eran viajes a un lugar real, aunque muy diferente a lo que él conocía.

Recordaba la primera vez que apareció en Buenos Aires, lo primero que vio fue un grupo de gente sentada en circulo en un espacio al aire libre pegado a una vivienda de un solo piso, que más tarde supo que llamaban patio. Esta gente se pasaba un pequeño recipiente como una maceta diminuta de la que salía una especie de palo metálico del que chupaban alternativamente cada uno de los integrantes del grupo. Entre uno y otro tomador, volvía el recipiente al personaje que lo llenaba de agua humeante, esta persona era el cebador. Inaman pensó que se trataba de una clase de ritual mágico de comunión entre ellos y los espíritus, y que el medio de enlace era la diminuta maceta.

Lucia fue la primera en dirigirse a Inaman, le preguntó si gustaba un mate, ante su cara de extrañeza, le ofreció una silla junto a ella y le preguntó si era extranjero.

Inaman titubeando le contestó que sí. Le preguntó de que país era, y el le contestó que era de Histeria. Ella lo miró extrañada, y le preguntó a los demás si habían oído hablar de ese lugar. Todos le contestaron que no. Entonces Lucia le dijo, que ella había terminado la escuela antes de la desaparición de la Unión Soviética, y por eso desconocía muchos de los nuevos países que habían surgido desde entonces. Seguramente se trata de un país que formaba parte de la antigua URSS, no? , le preguntó. Inaman le dijo que si, para no tener que explicar lo que ni el mismo podía explicarse.

Evidentemente se encontraba en otro planeta o había retrocedido en el tiempo o ambas cosas a la vez.

Lucia tenia una mirada cálida que lo acariciaba sin llegar a tocarlo, una mirada muy diferente a la de las féminas histerianas. Inaman empezó a sentir que su corazón se aceleraba, como cuando a propósito se desconcentraba durante el vuelo del centro científico donde trabajaba hasta su casa, consiguiendo experimentar una caída libre que asustaba a algunos histerianos y enojaba a la mayor parte de ellos, porque provocaba desordenes en el transito, pero que hacia que el corazón de Inaman se acelerase casi tanto como con la mirada de Lucia.

Lucia le pregunto si quería probar un mate, Inaman, le dijo que si, entonces el cebador le paso el mate a Lucia y ella a Inaman, cuando estaba a punto de acercarlo a su boca, despertó en su cama. Se sintió confundido y frustrado.

A la noche siguiente volvió a visitar el mismo lugar, Lucia estaba allí, como los demás. Todos lo saludaron amablemente y le preguntaron como había pasado el día. Él le dijo que estuvo trabajando en el centro científico. Jorge el cebador le preguntó si trabajaba en el Conicet, él mintiendo una vez mas le contestó que si. La conversación continuó con diferentes temas cotidianos que le permitieron a Inaman irse haciendo una idea de cómo era la vida en Buenos Aires, hablaban de la familia, aparentemente un grupo de contención emocional que cumplía la función que las pastillas psicoterapéuticas cumplían en Histeria, también hablaban del trabajo y de los gobernantes de estos dos últimos no parecían estar muy conformes, del trabajo se quejaban que no les llegaba el sueldo y que trabajaban demasiadas horas, de los gobernantes cuestionaban su idoneidad y honestidad. Esto le dio que pensar a Inaman, en Histeria nunca se cuestionaban las decisiones del gobierno, nunca se le ocurrió pensar si las decisiones del gobierno eran correctas o no.

Cuando llegó su turno, nuevamente despertó en Histeria y así una y otra vez, noche tras noche.

Cada noche que visitaba el patio de Buenos Aires, se sentaba junto a Lucia, y cada noche sentía que su pulso se aceleraba más cuando Lucia lo miraba. Una noche, justo antes de que Jorge le pasara el mate, Lucia le susurró rápidamente al oído que sabia su secreto, y que si conseguía tomar un mate, se quedaría con ella para siempre. Pero nuevamente despertó en su dormitorio en Histeria. Recordó las ultimas palabras de Lucia, si ella conocía su secreto, eso quería decir que ella había conseguido viajar a Histeria durante el sueño y además, las palabras de Lucia confirmaban su sospecha inicial sobre la función mágica del mate.

Pero como conseguiría resistir en la ronda de mate el tiempo suficiente para tomar uno y quedarse para siempre, se preguntaba. Inaman se enojaba consigo mismo, como científico que era, debía encontrar la respuesta.

Finalmente llegó a la conclusión de que tenia que incrementar su grado de energía mental, pero como lo conseguiría?. Lo único que se le ocurría, era pensar intensamente en Lucia a todas horas, tal vez esto le permitiría incrementar su energía mental durante el sueño, y cumplir su objetivo, dejando Histeria para siempre.

Puso en practica su hipótesis de inmediato, las tres siguientes noches, si bien no consiguió llegar a tomar un mate, se dio cuenta que si fue logrando incrementar cada vez unos segundos más el tiempo que estaba en el circulo del mate mágico. Hasta que en la cuarta noche logró introducir la bombilla en su boca. Lucia e Inaman se miraron a los ojos sonriendo, a partir de ese momento estarían juntos para siempre.

Al sur del sur al sur del norte

Al sur del sur hay un corazón que piensa
y una mente que sufre.
Al sur del norte hay un corazón
que se ahoga en agua salada
y una mente que vuela hacia al sur
al encuentro de aquel otro corazón.

La geografía se confunde
las latitudes y los hemisferios se funden.

Al sur del sur y al sur del norte
dos corazones se buscan
dos cuerpos se desean
pero no se encuentran.

Volcanes de distancia los separan
al sur del sur
y al sur del norte.

Café Picasso

Sebastián apartó el cortinaje de plástico, y entró en el Café Picasso,. La oscuridad del local, en contraste con la luminosidad intensa de la calle le hizo sentir torpe y ciego.

Buscó una mesa donde sentarse, eligiendo como de costumbre una cercana al baño, no porque temiera que una necesidad urgente, le obligara a correr en esa dirección, sino más bien, por encontrarse esta, alejada de la puerta de entrada al local, aislándose totalmente del bullicio callejero.

Este lugar, se había convertido hacia tiempo en su refugio, cuando una vez hace unos dos años, había entrado por casualidad, porque necesitaba cambio para el colectivo.Venía de visitar a su amigo Carlos, con el cual solía charlar de lo divino y de lo humano cada vez que visitaba su casa de Caballito.Decidió tomarse un café, porque como es sabido, en esos lugares suelen mirar con cara de "éramos pocos y parió mi abuela" cada vez que algún incauto entraba con la inocente intención de cambiar un billete de un peso.

Eligió esa misma mesa, y observó a su alrededor, solo había un par de viejos jugando al tute en la esquina opuesta a la suya, en una mesa cercana a la puerta de entrada..Estaba oscuro, aunque todavía no pasaba de las seis y media de la tarde, pero la lluvia torrencial que caía en esos momentos en la ciudad, había traído la noche de pronto, incluso para un día de mediados de junio. Se sintió amparado del mal tiempo que reinaba allá afuera, donde a sólo unos metros de su mesa, la gente apretaba el paso dirigiéndose a sus casas.

Siempre le había gustado imaginar la vida de las personas que pasaban por la calle, mientras estaba sentado en la mesa de un café o en la cola del supermercado. Creaba toda una historia de principio a fin, por eso muchas veces la cajera se impacientaba con él, al ver que, no respondía con su billetera, al "son ochenta y tres pesos".

En una oportunidad, una mujer se había molestado con él, por su mirada insistente que en realidad no era tal, ya que estaba volando como de costumbre por su mundo imaginario, sus ojos simplemente apuntaban al objeto más cercano, el cual muchas veces era un ser de carne y hueso.

- ¿Qué desea tomar, señor?, - le preguntó Manuel, el dueño del bar.

La pregunta tenía más de ritual que de curiosidad, ya que Sebastián siempre pedía lo mismo; un café con leche con dos medialunas de grasa.

Y aunque el mozo conocía perfectamente su nombre, un cierto sentido profesional, le obligaba a tratarlo de usted y de señor, en lugar de Sebastián.

- Un café con leche con medialunas, dos, de grasa, por favor.

- Enseguida señor - respondió Manuel.

El mozo se demoró por un momento en el mostrador cobrándole al Loco Choco, un habitué del local desde que gracias a un ladrón que entró en su casa y al que le hizo frente, quedo inútil de un brazo. Hablaban como siempre del aumento de la delincuencia en el barrio, especialmente de la droga, tema que obsesionaba al Loco y que lo sacaba de sus casillas cada vez que el Tito o el mismo Manuel le mencionaban al Negro Zuca, el traficante del barrio.La conversación siempre terminaba con el Loco Choco hecho una furia y exclamando que un día de estos agarraba un arma y le pegaba dos tiros al Negro.

El Loco, agarró el vuelto y salió precipitadamente a la calle.

Manuel se acercó y dejó el café con leche y las medialunas sobre la mesa.

- ¿Y, como va eso Manuel?

La pregunta invitaba a sentarse, y como en el bar en ese momento no había ningún otro cliente, Manuel se decidió a tomarse un descanso, dio vuelta la silla de madera desocupada enfrente de Sebastián, sentándose apoyando sus brazos sobre el respaldo.

Manuel llevaba unos pantalones grises de tela de colegio privado, y una camiseta blanca de tiras un poco sobada, calzaba ojotas y se peinaba con una raya al costado que empezaba a la altura de la oreja, hacia esto seguramente con la infantil ilusión de tapar la pelada pero en lugar de lograr su objetivo la hacia más evidente.

- ¡Sólo le falta la boina! - exclamó, Sebastián ensimismado.

- ¿Qué decía Sebastián?

- Nada, Manuel, nada - dijo Sebastián turbado.

- ¿Cómo va el negocio? - agregó Sebastián

- Mal, los tiempos no son buenos.

- ¿Cuándo lo fueron? - replicó Sebastián.

- Buenos, buenos es verdad, que nunca fueron, esto no es el centro. Pero de todas formas, tanta mishiadura como ahora, no la he visto nunca. En realidad no se porqué no vendo de una vez, y me olvido de esto. - dijo meneando la cabeza con tristeza.

Sebastián se compadeció de la tristeza que vio reflejada en los ojos de Manuel. Quiso animarlo un poco preguntándole por enésima vez, cuando había empezado con el bar y porqué.

Sus ojos brillaron mientras recordaba:

- Era mediados de enero del 56, yo trabajaba por ese entonces en la fábrica de sábanas Cotex, la que cerró durante la hiper-inflación ¿vió? - Sebastián asintió con la cabeza.

- Por ese entonces, yo trabajaba muchas veces doble turno, con la ilusión de ahorrar cuanto pudiera, y poner un pequeño negocio por mi cuenta, en esos tiempos no existían préstamos, ni tarjetas de crédito, ninguna de esas sandeces que nos complican la vida ahora. Dudaba, entre un almacén o un bar. Hasta que un día, un compañero mío de la fábrica, el Fulgencio, que estaba enterado de mis intenciones, me avisó que había un local en Río de Janeiro al 1700 con un cartel que decía: SE TRASPASA.

- Así que al día siguiente, salí temprano de la fábrica, y me acerqué a preguntar las condiciones, el precio era razonable y dentro de mis posibilidades, así que acepté, nos dimos un apretón de manos que era como se sellaban los tratos por entonces. Renuncié al día siguiente a mi trabajo en Cotex y empecé a preparar todo para abrir cuanto antes.

- Trabajamos duro María y yo limpiando y arreglando el local. No se nos ocurrió un nombre mejor, así que mantuvimos el mismo que tenía antes, Café Picasso, que según me contó el dueño anterior, lo habían renombrado así, después que una vez el pintor había estado en Buenos Aires y visitó el local, ya que por aquel entonces, el Café Picasso, que se llamaba Café Romualdo, se había convertido en un garito de intelectuales, compitiendo casi con el Tortoni. Entonces el anterior dueño en una célebre tertulia con los habitúes del Café, decidieron rebautizarlo Café Picasso en honor de tan ilustre visita.

- Pero con el tiempo, las tertulias de los jueves por la tarde fueron muriendo, la gente empezó a tener miedo a salir de su casa y cada vez venía menos gente al local, tan sólo algunos vecinos del barrio, como el Tito, el Negro y el Loco Choco, continuaron viniendo. Mi único cliente nuevo que se agregó al clan desde hace mucho tiempo es usted.

- Un caso insólito que estudiara la ciencia - agregó Sebastián con una sonrisa.

- Si, la verdad, y espero que no se lo tome a mal, ¿no?, pero la verdad es que no entiendo que hace un chico joven como usted perdiendo el tiempo en un bar de viejos como este.

- ¿Sabé que? Yo tampoco, lo sé.

- Bueno, Manuel, lo dejo, me tengo que ir a trabajar.

- Hasta mas ver, exclamó Manuel.

- Sebastián agarró el diario, lo puso debajo del brazo y se encaminó hacia la parada del colectivo, se le estaba haciendo tarde, así que se apresuró mientras pensaba en qué iba a escribir en su columna diaria "Desde el bar" . Cruzó sin mirar la calle, escuchó un chirrido de frenos, de pronto se hizo de noche, como esa tarde de mediados de junio, cuando visitó por primera vez el Café Picasso. Sólo se escuchaban ruido de sirenas a su alrededor, gritos y llantos histéricos de mujeres.

********

Al día siguiente el Café Picasso cerró por duelo, y al poco tiempo murió también el bar, el costo de mantenerlo abierto se le hizo imposible al dueño, así que cerró y vendió el local a unos evangelistas.

Ahora el Café Picasso es el reino de los cielos, sucursal caballito, todo aquel que quiera salvar su alma es bienvenido, eso sí, sus concurrentes no toman café con leche con medialunas de grasa.

viernes, 31 de agosto de 2007

Glauco Francotti


Cuando yo nací mis padres vivían en el campo, cerca de Trenque Lauquen. Por ese entonces los chicos que nacían eran registrados cuando los padres podían acercarse hasta el registro civil del pueblo. Ese fue mi caso. Mi infancia en el campo fue tranquila y solitaria. Me gustaba mucho leer mientras oía el viento en los maizales que se movían como olas verdes. A veces acompañaba a mi padre a pescar al río. A mi no me gustaba demasiado pescar, pero si que me gustaba compartir esos momentos de complicidad con él. También nos gustaba tirarnos panza arriba en el pasto cerca de la casa en las noches estrelladas de verano a observar el cielo.

Él me llevaba todas las mañanas a la escuela en el sulky.

En la escuela compartía la única aula que había con chicos de diferentes edades, éramos unos pocos, en total unos veinte. Los alumnos más grandes en general actuaban como ayudantes de la maestra corrigiendo y enseñando a los más chicos.

Con mis compañeros de clase compartía juegos solamente en el recreo, ya que las distancias en el campo eran muy grandes como para ir a jugar a la casa de un compañero.

Viví toda mi niñez allí, hasta que mi padre murió, y mi madre decidió que nos fuéramos a vivir con su hermana a Buenos Aires. Mi tía le había conseguido un trabajo en una fabrica de Avellaneda.

Cuando llegamos a la estación de Constitución, estaba mi tía esperándonos. La estación era un hormiguero de gente corriendo en diferentes direcciones que parecían ser siempre la contraria a la que llevábamos nosotros.

Nos instalamos en La Boca, en la casa de mi tía. Desde mi cuarto podía ver el Riachuelo con sus aguas aceitosas y oír el ulular de las sirenas de los barcos que se acercaban o partían del puerto junto con los gritos de los trabajadores portuarios que acarreaban bultos de los barcos.

Me pareció un lugar triste y gris La Boca. Un lugar donde el silencio no era posible y donde raramente se veían las estrellas por la noche.

Se trataba de una casa típica de La Boca. Un conventillo inmundo donde mi madre y yo compartíamos la única habitación disponible, en el primer piso. Cuando llovía se escuchaban los goterones como balas que chocaban contra el techo de chapa.

En invierno se sentía el frío y la humedad con intensidad y en verano el calor era insoportablemente denso. Por eso, en verano todos huían del calor sentándose delante de las puertas de sus casas y hablando con sus vecinos. Creían que esos eran momentos vitales para la humanidad, en los cuales resolvían todos los problemas políticos y económicos de la época.

Los chicos jugaban a la mancha o al escondite, hasta que el calor los agotaba y se sentaban junto a las sillas de los mayores en el cordón de la vereda.

Yo observaba a unos y otros, ajeno a ambos, las conversaciones de los mayores no me interesaban, sus comentarios resentidos me parecían ridículos, no eran mas que unos perdedores y yo no estaba dispuesto a formar parte de su mundo.

El mundo de la infancia ya me resultaba ajeno, lo había dejado atrás abruptamente al llegar a Buenos Aires. Así que yo estaba allí, en el medio de ninguna parte, los jóvenes de mi edad se juntaban en barritas que se dirigían al centro, para pasear por la calle Florida o Lavalle, pero para eso hacia falta tener plata y yo no la tenia. Mi madre no quería que yo trabajara, eso me quitaría tiempo para el estudio y para ella no me llevaría a ninguna parte, ya tendría tiempo para divertirme mas adelante, argumentaba. Y yo en el fondo estaba de acuerdo con ella.

Mi madre y mi tía formaron una sociedad de mujeres solas e independientes, una rareza para la época. En realidad, una rareza impuesta, ya que ninguna de las dos eligió este destino, sino más bien, la vida las puso a prueba, a mi madre la muerte de mi padre, a mi tía el abandono de su marido, que la dejó por una corista francesa de paso por Buenos Aires.

Yo era el único intruso varón de esa sociedad, apenas tolerado por mi condición de niño preadolescente, que me daba ante sus ojos un carácter asexuado.

En la fábrica, mi madre cosía todo el día camisas y pantalones, mientras yo iba a la escuela.

Recuerdo que el primer día que fui a la escuela mi tía me acompañó, ya que mi madre no podía hacerlo porque entraba muy temprano a trabajar.

La maestra me presentó a mis compañeros de clase que me observaban como si fuera un bicho de laboratorio.

En el recreo se me acercaron todos a hacerme mil preguntas, y en cuanto abrí la boca para contestarles, todos soltaron una gran risotada. Julio, el que parecía ser el líder del grupo empezó a imitarme, mientras mi cara iba cambiando de un rosa pálido a un rojo que iba creciendo en intensidad hasta casi llegar al granate.

En la escuela todos teníamos un apodo, yo era el provinciano. A pesar de que pronto aprendí a copiar el acento porteño, el mote ya me lo había ganado.

Yo quería pasar desapercibido, pero no lo conseguía. Entonces, decidí apartarme de los demás.

En los recreos me sentaba en un rincón del patio y repasaba la tarea o leía algún libro que había sacado de la biblioteca de la escuela.

Pronto me convertí en el preferido de todos los profesores y en él mas odiado por mis compañeros, aunque esto ya no me importaba. Lo único en lo que pensaba era en triunfar.

Me había trazado un plan y lo cumplía a rajatabla. Iba a conseguir una beca para entrar a la universidad de ciencias económicas, donde pensaba dejarme las pestañas estudiando, pero eso me iba a permitir conseguir un buen trabajo en una empresa importante. Me imaginaba llevando traje y corbata y manejando un auto elegante.

Mi madre escuchaba emocionada y orgullosa los planes de su hijito cada noche cuando regresaba extenuada de su trabajo.

El sueño empezó a hacerse realidad el día en que entré como asistente del dueño de la fabrica donde trabajaba mi madre. Desde entonces me convertí en el señor Francotti. Trabajaba a la par del dueño. Este me apreciaba casi tanto como a su perro.

Poco a poco fui escalando posiciones dentro de la empresa hasta llegar a formar parte del directorio.

Gracias a mi nueva posición pude comprarme un elegante departamento de cuatro ambientes en el barrio de Recoleta., a donde me mudé con mi madre. Deje atrás la Boca y a mi tía para siempre. Mis nuevos vecinos no salían a la puerta de su casa en verano, no lo necesitaban, el aire acondicionado aliviaba las molestias del calor porteño. Descubrí con satisfacción que mis antiguos compañeros de colegio no entonarían con mi nuevo nivel socio económico, que ahora su forma de hablar resultaría vulgar, solo apropiada para el servicio domestico.

Los muebles de mi nueva casa eran de diseño, salvo la horrenda mecedora que mi madre insistió en llevar, y que Jorge, el decorador al ver casi se desmaya del disgusto.

Por fin había conseguido entrar en el círculo del poder económico, o al menos eso era lo que yo creía. Mis compañeros de trabajo que pertenecían a familias acomodadas, habían entrado en la empresa por sus contactos. Mi vida parecía encauzarse dentro de los márgenes que me había trazado, pero había un pequeño detalle que me molestaba, ese detalle era mi madre. Intentaba evitar los talleres, pero a veces el dueño me mandaba allí con alguna orden para el encargado. Entonces mi madre me saludaba con la mano desde su puesto, mientras comentaba con orgullo a sus compañeras, que ese era su hijo. Yo desviaba la vista hacia otro lado, pero no podía evitar que me sudaran las manos y que la sangre me subiera a las mejillas, al darme cuenta que el encargado me miraba con una sonrisa sardónica.

La misma sonrisa que a veces percibía en mis selectos compañeros de trabajo cuando repentinamente me daba la vuelta al oír un cuchicheo de voces a mis espaldas.

Cuando regresaba del trabajo mi madre me esperaba con la cena lista, juntos comíamos en silencio en la mesa de la cocina, después ella lavaba los platos mientras yo revisaba las cuentas de la casa.

Mas tarde nos sentábamos en el comedor, donde ella tejía mientras veía la novela en la tele. Yo leía el diario, y de vez en cuando la observaba de perfil, la veía sonreír con alguna salida cómica de la novela, mientras pensaba como sacármela de encima.

En varias ocasiones le había sugerido que dejase de trabajar en la fabrica, argumentando que mi salario era más que suficiente para mantenernos a los dos, que ella ya había trabajado mucho y era hora de que descansase y disfrutase de la vida, incluso tal vez podría volver al campo donde la vida era mas sana y tranquila para una mujer de su edad. Pero ella era terca y me decía que no quería ser una carga para su hijo, y que disfrutaba trabajando por que eso la hacia sentirse útil, además Trenque Lauquen esta muy lejos hijito y te voy a extrañar mucho, y vos tampoco te la arreglarías sin mi, quien iba a plancharte las camisas sino?, me decía . Mentalmente yo le contestaba que cualquier sirvienta lo haría por un precio módico.

Todas las noches rezaba para que la pequeña molestia desapareciera de mi vida. Entonces esta seria perfecta. Hasta que un día, dios me escuchó y se la llevó.

Fue un ataque al corazón, no sufrió demasiado. La enterramos en la Chacarita, solamente estábamos mi tía, yo y algunos vecinos de nuestro antiguo barrio. El ataúd fue bajando lentamente, todo se movía en cámara lenta, como en una película. Me sentía atontado, cuando llegue a casa, mi tía me hizo un té y me metí en la cama. Al día siguiente en la oficina todos me dieron el pésame, todos hicieron alguna pregunta de compromiso, como, si estaba enferma, si tenia muchos años o si había sufrido mucho y lo cerraban con un conta conmigo para lo que necesites, Francotti, ya sabes, después se daban la vuelta y se alejaban con un suspiro de alivio, el mal trago ya había pasado.

Tenía mucho trabajo atrasado, pero el dueño se creyó en la obligación de decirme que me fuera a casa temprano, que ya se haría el cargo de todo.

Volví a casa, abrí la puerta, el sol del atardecer se filtraba por las rendijas de la persiana de la ventana del comedor, me sentía raro, nunca había llegado a casa tan temprano como para que fuese todavía de día.

Deje el maletín en la habitación, sobre el escritorio. Volví al comedor, podía escuchar claramente el retumbar de mis pasos, ….y ahí estaba, la mecedora junto al equipo de música, le di un golpecito apenas , y empezó a moverse, pude escuchar su quejido casi imperceptible, necesitaba aceite, mañana pasaría por el supermercado y lo compraría, junto con el resto de las cosas para la casa. Ahora tendría que ocuparme de esos pequeños quehaceres domésticos. Tal vez me convendría contratar a alguien para hacerlo.

En realidad, no, no necesitaba comprar aceite, mañana la bajaría al sótano, definitivamente no combinaba con el resto de los muebles. Jorge se alegraría de este cambio. Encendí, la radio, busqué en el dial una emisora que me gustase, hasta que encontré una de música clásica, se escuchaba la quinta sinfonía para piano y orquesta de Bach.

Me senté en la mecedora y cerré los ojos. Cuando los abrí de nuevo, la casa estaba a oscuras, encendí la luz y mire el reloj de pared, eran las doce. Pensé que era mejor que me fuese a acostar, mañana me esperaba mucho trabajo en la oficina.